Rituales

Una mesa repleta de bolsitas amarillas y blancas de souvenirs alrededor de la torta que esperaba ser soplada. Daniela subida a los pies de su papá, tomados de la mano, parecía una marioneta al compás del uno a uno de los pasos. La madre sentada, miraba para afuera. Los primos corrían unos globos y su tía intentaba detenerlos. La hermana, abrazada a un amigo, no seguía el ritmo de la canción. En un rincón, dos niños imitaban una coreografía: brazos arriba y caderas al piso. Dos abuelitos haciendo palmas.

La madre tenía los pies cruzados y los movía de arriba a abajo mientras abría y cerraba los dedos de la mano como abanicos. Miraba al celular y a su marido una y otra vez. Aceleró tres tragos seguidos de vino y buscó algo en su cartera. Pidió que bajaran la música, carraspeó y comenzó a tararear: “Que necesito, dulce Daniela, alguien que pinte aquí. Un mundo nuevo, pintalo nena, pinta dentro de mi”.

Su voz envolvió todos los rincones. Las miradas buscaron de donde venía esa cadencia. Daniela corrió a abrazar a su mamá. Ella sacó el encendedor del bolsillo. La niña cerró los ojos, buceó tres deseos y sopló.

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