Julio Florencio
Una interpretación personal de lo que una Rayuela puede hacer con nosotres.
RELATOS CORTOSCORTÁZARRAYUELA
Daniela Cademartori


Con una tiza y un poco de tiempo e imaginación se puede llegar desde la tierra al cielo, sorteando los casilleros que separan a una del otro.
En un piso donde se pueda dibujar, lo primero a hacer es un redondel con la palabra tierra adentro y después se va construyendo de forma salteada un cuadrado o dos con los respectivos números del uno al diez en forma ascendente; y en la cumbre una nubecita con la palabra cielo. Cualquier piedrita, o la tiza misma, sirve para arrojarla al primer casillero e ir saltando en una pata sin pisar donde está el objeto, tampoco las líneas que componen ese universo lúdico.
Una tarde, Mica con seriedad preparó el espacio dibujado. No lanzó nada, ni saltó respetando las reglas. Fue directo a la cima y se acurrucó en ese cielo que pensaba de algodones celestes y blancos, que le daba libertad para llorar y descargarse. Sentía que el infierno que vivía al dejar a la niña para pasar a ser la adolescente en esa nube se despejaba, se hacía luz y se salvaba.
El tiempo pasó y ahora la Mica adulta cuando se cruza con una rayuela en una vereda, arroja algo imaginario, salta en una pata y al llegar al cielo sonríe, porque desde chica supo que ahí encontró su paraíso terrenal.
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